Haría lo que hizo, cumpliendo la misión de su vida: anunciar y practicar el Reino. Para eso Dios se hizo “Emanuel, Dios-con-nosotros”. Para eso es el misterio de la Encarnación.
Ese Reino que Jesús intentó explicar de todos los
modos y que ni la muchedumbre, ni los apóstoles, acababan de entender; y
que no acabamos de entender nosotros hoy, incluidos los obispos.
Jesús repetía el mensaje y
lo practicaba con gestos de solidaridad y de liberación. Mensaje que Él
sintetizó con una fórmula definitiva: “Yo vine para que todos tengan vida en plenitud”.
Él anunciaría el Reino por activa y por pasiva,
inculturadamente, hoy, aquí, y denunciaría el anti Reino, a todo riesgo,
al riesgo de la Cruz, que es herencia de todas las personas subversivas
que optan por el Reino.
Anunciaría y practicaría el Reino siempre a partir de
los pobres. Proclamándolos dichosos porque son los preferidos de Dios. Y
daría a entender muy claramente que no se puede servir a Dios y al
dinero; que no se puede servir a la justicia y a la fraternidad
sirviendo al mismo tiempo al capitalismo neoliberal.
Dentro de la Iglesia, en las religiones, armaría la
mayor confusión por su fidelidad total a la voluntad del Padre que es
Amor por encima de todas las leyes y cánones. Con su presencia compañera
en medio del pueblo y su aversión profética al poder ayudaría a
desmontar muchos tinglados, en la religión y en la política, en la
desolación del desempleo, en las fronteras de la migración, en la
geopolítica del hambre y de las armas, en la deshumanización del
consumismo. Nos enseñaría de nuevo, con una novedad radical, el “ Padre nuestro y el Pan nuestro”.
Pedro Casaldáliga
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