Lizeth
Castro
Una de las últimas sillas
de la Iglesia es ocupada por el Papa. Así se ve en la foto. Él está
celebrando una Misa muy peculiar: los invitados son los jardineros y el
personal de limpieza del Vaticano. En un momento de la celebración el
Papa le pide a todos que oren en silencio, cada uno, por lo que desea su
corazón. Al instante, él se levanta de su sillón que está al frente y se
va a una de las últimas sillas a hacer su propia oración. Pareciera que este
jefe ha preferido que todos se enfoquen en ver de frente la verdadera razón de
su existencia, ese Cristo crucificado que está ahí presente y no en que lo vean
a él, su jefe, quien es en fin un hombre que ha fallado y fallará, y al que
todos llamamos hoy el Papa Francisco.
Aquella famosa diferencia entre jefe y líder es absoluta en esta foto. El
jefe siempre saca pecho poniéndose al frente para que todos lo vean y le
obedezcan, pero el líder sabe cuándo irse a sentar atrás, no estorba, acompaña,
facilita el camino para que los demás logren sus propósitos; el líder es capaz
de invisibilizarse en el momento oportuno, para que sus compañeros crezcan y se
enfoquen en lo verdaderamente importante. El líder no teme perder su
puesto, porque sabe que muy por encima de “su puesto” se trata de ayudarle a
los demás a que encuentren su camino.
El admirable Francisco
está de espaldas en la foto. El sabe que muchos lo quieren ver de frente,
pero en este instante tan íntimo él prefiere quedar de espaldas a los
fotógrafos y darle la cara a ese Dios de todos, Amor para el jardinero y Amor
para el Papa, ese Dios que no diferencia el abrazo ni da más por uno o por
otro, ambos son pecadores y ambos lo necesitan.
¿Cuántos jefes tendrán la capacidad de irse a sentar a esa silla atrás? ¿Cuándo las madres y padres tendremos que “celebrar” esa ceremonia llamada vida con nuestros hijos, y en un momento oportuno irnos a sentar atrás para que ellos queden de frente a su misión? ¿Cuántos le podremos dar la espalda a los aplausos, la bulla de los “clicks”, los elogios para darle la cara, en un momento íntimo a esa oración profunda que le hace nuestro corazón desnudo de orgullo a un Dios que desea con fervor escucharnos?
El Papa se me queda
grabado en esta foto, y yo espero que hoy esta inyección me sirva para ubicarme
el resto de mi vida.
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