Pedro Casaldáliga: «A pesar de los frenazos, el Vaticano II fue una revolución histórica para la Iglesia»
Jesús Bastante
(http://www.abc.es/sociedad/noticia.asp?id=224766&dia=06122003)
«La Teología de la Liberación sigue teniendo
validez», señala a ABC Pedro Casaldáliga, quien
critica la estructura del Papado y pide un mayor
compromiso con los pobres
Desde su «retiro activo» en la selva del
Amazonas, Pedro Casaldáliga, el obispo catalán
nacionalizado brasileño «para estar más cerca de
los míos», reflexiona sobre el presente y el
futuro de la Iglesia mientras espera que se le
nombre sucesor. El religioso claretiano sigue
siendo un hombre rebelde y a la vez enamorado de
su fe y la opción preferencial por los pobres.
-Presentó su renuncia a Su Santidad el pasado mes
de febrero. ¿Por qué no se le ha aceptado
todavía?
-Presenté la renuncia el mismo día en que
completé los 75 años: 16 de febrero de este año.
Me fue aceptada el mes de abril. No se ha
nombrado sucesor porque están haciendo consultas,
y las cosas de palacio van despacio. Puede ser
también que ya no me vean tan peligroso
comandando una diócesis.
-¿Ha cambiado mucho la Iglesia desde que se
ordenara sacerdote, hace ahora 51 años?
-Me ordené en 1952, durante el Congreso
Eucarístico Internacional de Barcelona, con otros
800 compañeros. Desde entonces, la Iglesia ha
cambiado mucho. Principalmente, destaco el
Concilio Vaticano II que, a pesar de todos los
frenazos que se han venido dando oficialmente,
significó una revolución histórica para la
Iglesia. Ahora hay mucho más laicado, mucha más
libertad (concedida o conquistada, bien vista o
mal mirada), más ecumenismo, incluso hay diálogo
interreligioso, incipiente por lo menos. Han
surgido nuevas teologías, se tiene conciencia
clara de la necesidad de renovar profundamente el
ministerio de Pedro, la vivencia de la
colegialidad y de la corresponsabilidad, y se
pide cada vez más incontestablemente el diálogo
entre la Iglesia y el mundo.
-¿Se han cumplido las expectativas suscitadas
tras el Concilio?
-Yo viví los años inmediatamente posteriores al
Concilio, como millones de católicos y católicas,
entusiasmadamente. Después he vivido, entre
indignado, rebelde y esperanzado, la involución
eclesiástica, la neurótica pretensión de
desacreditar el Vaticano II, bendito Pentecostés
para la Iglesia y para el mundo.
-Son muchas las voces que hoy solicitan un nuevo
Concilio...
-Soy plenamente partidario de un proceso
conciliar, que significa precisamente mantener
vivo y actualizado el propio Vaticano II. El
proceso que muchos pedimos tiene la voluntad de
responder a los grandes desafíos que se le
plantean a la Iglesia y que la obligan a
evangelizar, junto con las otras Iglesias y con
todas las religiones, las grandes causas de una
humanidad cada vez más globalizada. El Vaticano
II se preguntaba: «Iglesia de Dios, ¿qué dices de
ti misma?». Ahora se trata de preguntar: «Iglesia
de Dios, ¿qué le dices a este mundo?» sobre el
capital y el trabajo, el hambre y el
armamentismo, el consumismo y el tercer mundo, la
familia y la juventud, y sobre ese contingente
enorme de humanidad marginada.
-¿Cuál es su balance del Pontificado de Juan
Pablo II?
-Cuando se trata de calificar la misión del Papa
al frente de la Iglesia católica, es necesario
hablar de la institución del papado. Con cariño y
libertad, hay que condenar tres lacras que
afectan gravemente a nuestra Iglesia y al
ministerio de Pedro: en primer lugar, que el
Vaticano sea Estado y que el Papa sea jefe de
Estado; en segundo término, que el ejercicio real
del papado sea «administrativamente» una
monarquía absoluta; finalmente, ese «papismo»
infantil y hasta adulador con que muchas veces se
encaja el ministerio de Pedro. En la Iglesia de
Jesús han de convivir la obediencia fraterna con
la libertad, la unidad con el pluralismo, la
fidelidad con la inculturación.
-Pero hay que reconocer a este Papa logros
históricos...
-Dicho lo anterior, reconozco sinceramente la
dedicación heroica de Juan Pablo II, su capacidad
de comunicación, su fidelidad a rajatabla.
Lamento la involución que ha propiciado, creando
mucha decepción y repliegue, sobre todo entre los
teólogos, en el mundo de la mujer y entre el
laicado católico más militante. Como obispo,
puedo dar constancia de esa involución en lo que
se refiere a la verdadera colegialidad.
-¿Debería renunciar el Papa?
-Sí, lo he dicho repetidamente. Creo que el
obispo de Roma debería renunciar a tiempo, como
los demás obispos. No me parece oportuno un cargo
vitalicio. Los obispos somos humanos. El de Roma,
también.
-Usted optó desde el principio por los pobres. La
Iglesia de hoy, ¿continúa al lado de los
perseguidos?
-Siempre hubo Iglesia al lado de los pobres. La
mayor parte de las congregaciones religiosas se
han fundado para atender a estos pobres. Lo que
pasa es que no siempre, ni mucho menos, hemos ido
como Iglesia a las causas de la pobreza y la
marginación; nos ha faltado caridad política,
opción estructural. Hemos facilitado la
«convivencia tranquila» de la riqueza con la
pobreza. Hemos canonizado la propiedad privada,
olvidando la hipoteca social que pesa sobre toda
propiedad. El contacto con los más pobres
desinstala, compromete, libera. No es posible
desentenderse de los pobres y de sus causas si se
va a ellos con el Evangelio en el corazón. Los
pobres son los jueces de la Iglesia y del mundo,
y cada una de nuestras vidas será juzgada por
nuestra opción por los pobres.
-Pedro Casaldáliga es recordado como uno de los
«padres» de la Teología de la Liberación. ¿Tiene
futuro este modo de ver la teología en la Iglesia
y en el mundo de hoy?
-La Teología de la Liberación sigue teniendo
validez, tanto en el tercer mundo como en el
primero. Esta teología ha puesto en primer plano
la opción por los pobres, la relación dialéctica
fe-vida, la conciencia de una única historia
humana que es la gran historia de la Salvación,
la fe practicada como autenticidad de la fe
creída, la misma teología como fruto de una
espiritualidad, de un compromiso vital.
-¿Qué hará cuando se haga oficial el nombramiento
de su sucesor?
-Espero mejorar mi condición de cristiano.
Francamente, no sé a dónde iré, depende del
obispo que me suceda. En todo caso, continuaré en
América latina y muy probablemente en Brasil.
-¿Cuál quiere que sea su legado?
-«Dejar legado» es mucha pretensión. Sueño con
que las causas que han motivado mi vida sean
asumidas cada vez más: una Iglesia ecuménica,
servidora, liberadora; el fin de los varios
mundos para que exista un solo mundo humano; la
socialización de los bienes mayores de la
existencia (tierra, comida, salud, educación,
comunicación, libertad...); el diálogo
interreligioso y la gran intersolidaridad
humana...; el Reino de Dios, en fin, ya aquí en
la Tierra, preparándonos esperanzadamente para la
plenitud en el cielo.
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