Proyectos de "Misión" Juventud Carmelita Ecuatoriana

Con la finalidad de realizar proyectos de solidaridad, acogida y fraternidad con comunidades que lo necesiten, los jovenes que conformamos el JUCAE, queremos compartir con ustedes estas iniciativas y proponerles se nos una como colaboradores.

sábado, 19 de enero de 2013

María: Evangelio de importancia de la mujer en la salvación y construcción del Reino

Eugenio Pizarro Poblete
 
En el milagro de las bodas de Caná (Jn 2, 1-12.), la Virgen María tuvo un rol de convencimiento a su Hijo para que “adelantara su hora”, sacando así, de un aprieto a unos novios, que en su fiesta de bodas se habían quedado sin vino: “No tienen vino”.
 
Fue una presencia femenina y maternal, muy junto a Jesús y con corazón y mente puesta en las necesidades humanas.
 
Ella produce una relación humana, solícita, propia de la mujer, entre Jesús y nosotros, que estamos representados en familia cananea. María “en Caná está atenta a las necesidades de la fiesta y su intercesión provoca la fe de los discípulos que ‘creyeron en Él’. Todo su servicio a los hombres es abrirlos al Evangelio e invitarlos a su obediencia: ‘Haced lo que Él os diga’” (Puebla 300).
 
Este Evangelio nos ayuda a comprender el lugar de María junto a Cristo y junto a los hombres. El lugar concreto e histórico, en la vida de cada día. Esto significa una gran verdad: María no es una mujer desconectada de la realidad. No es una entelequia o una idea abstracta y semi-endiosada: “Por medio de María, Dios se hizo carne; entró a formar parte de un pueblo; constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista” (Puebla 301).
 
Hay que decirlo: María era una mujer de pueblo , humilde, pobre, llena de fe y de amor en el Señor Dios de Israel.
 
Es necesario entender que Dios se vale de las personas humildes, de los medios que el mundo desprecia. Dios va completamente al revés de nuestros criterios; para alcanzar efectos grandiosos utiliza medios inadecuados: “En lo pequeño Dios se manifiesta grande”. Siguiendo este criterio que es constante en la Biblia, tenemos el derecho a suponer que María era una mujer poco importante según los criterios del mundo, era poco importante en la escala social. Era de aquellas que la gente dice: ¿qué puede hacer esta muchacha? Como lo dijeron de Jesús: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret, no es éste el hijo del carpintero?”. Pero no olvidemos el cántico de María: María anuncia la esperanza que el Mesías que nacerá de ella “destronará a los poderosos de sus tronos y enaltecerá a los humildes. Colmará de bienes a los hambrientos y enviará a los ricos con las manos vacías” (Lc 1, 52-53).
 
Nuestra esperanza como militantes cristianos tiene como único fundamento esta fe. En el origen de todo compromiso cristiano hay un acto de fe: es la certeza de que el mundo se puede transformar –que el hombre y la mujer tienen el poder de crear de nuevo– y que cada uno de nosotros y todos unidos somos responsables personal y comunitariamente de este cambio. El cántico de María concuerda que Jesús viene a poner en el mundo una dinámica hacia la justicia, hacia la búsqueda de una verdadera fraternidad.
 
María tiene un lugar junto a la misión de Cristo Liberador. Dios la eligió como su Madre y su colaboradora en la liberación y salvación integral de la humanidad toda. Y María, en su humildad y pequeñez, fue interiorizando, que Dios, “fijándose en la pequeñez de su sierva fue haciendo en ella maravillas” (Lc 1, 46 y ss).
 
Dios la eligió como su colaboradora. Y esta colaboración la realizó acompañando con total fidelidad a Jesús en su vida y en su muerte; y que hoy día la prolonga, siendo modelo para la Iglesia, que con su Evangelización, engendra nuevos hijos. Ese proceso que consiste en “transformar desde dentro” en renovar la misma humanidad (EN 18) es un verdadero volver a nacer. En este parto, que siempre se reitera, María es nuestra Madre. Ella, gloriosa en el cielo, actúa en la tierra. Participando del señorío de Cristo Resucitado, “con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan” (LG 62, Puebla 288).
 
En la Boda de Caná aparece María con una mediación discreta, para que Jesús intervenga, aún al precio de “adelantar su hora”, en algo aparentemente banal, como el vino que se acabó en la fiesta. Pero su mediación femenina junto a Cristo es una discreta y eficiente “fuerza de presión” (eso es femenino) para hacer presente a Jesús en lo cotidiano. En cosas que consideramos que no interesan a Dios, que parecen lejanas a la misión liberadora. De nuevo: “En lo pequeño Dios se manifiesta grande”. Jesús hace nada menos que un milagro: convirtió el agua en vino. “Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea (a instancias de María). Así manifiesta su gloria y sus discípulos creyeron en él”.
 
Así María aparece comprometida en el trabajo del Reino. María es colaboradora de Jesús, como los apóstoles y mucho más cercana que ellos, tiene ciertamente una función importantísima y un poder muy grande. Que así como lo fue con la familia cananea, lo sea con la familia Iglesia, que con su discreta y femenina presión, haga recuperar la credibilidad disminuida en nosotros Iglesia: Pueblo de Dios. Que la haga siempre vivir su pascua, pasando de muerte a vida. Que se termine la ola pecaminosa de abusos y otros pecados. Que, con su mediación femenina y materna, por Jesús, salgamos fortalecidos, purificados, santos, sin mancha ni arruga ni nada semejante. Que el Señor, por intermedio de María, convierta nuestra agua en vino: vino que es alegría para el corazón humano.
 
Además, María es nuestra compañera de lucha y trabajo, la que nos impulsa a comprometernos por el Reino, por cambiar este mundo. María es siempre nuestra Madre, pero no una madre a la cual nos aferramos desesperados cuando no encontramos refugio en nadie más. Es la madre que da confianza, esperanza, fuerza para luchar (Puebla 287-288).
 
María nos enseña la importancia de la mujer en la salvación y en la construcción del Reino. Es algo del cristianismo que nunca debemos olvidar. María es mujer. Es “la bendita entre todas las mujeres”. En ella “Dios dignificó a la mujer en dimensiones insospechadas. En María el Evangelio penetró la feminidad, la redimió y exaltó. Esto es de capital importancia para nuestro horizonte cultural, en el que la mujer debe ser valorada mucho más y donde sus tareas sociales se están definiendo más clara y ampliamente. María es garantía de la grandeza femenina, muestra la forma específica del ser mujer, con esa vocación de ser alma, entrega que espiritualice la carne y encarne el espíritu” (Puebla 299).
 
Dios mismo nos llama la atención al respecto, en la Eucaristía y en el Evangelio: que el mundo no se salva sin la mujer.
 

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