Ya estamos avanzados en el año nuevo y todavía nos
expresamos buenos deseos de salud y prosperidad. ¿Qué sentido tienen
tales votos en el contexto mundial y nacional en el que vivimos?
Ellos ganan sentido si ocurre lo que pide con urgencia la Carta de la Tierra, uno de los documentos más importantes y promotores de esperanza del comienzo del siglo XXI: “un cambio en la mente y en el corazón, un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal”
(conclusión). Es decir, si tuviésemos el coraje de cambiar nuestra
forma de vivir, si el modo de producción y de consumo tomase en cuenta
los límites de la Tierra, en especial, la escasez de agua potable y los
millones y millones de personas que pasan hambre.
No es imposible que pueda haber una quiebra
sincronizada del sistema-Tierra y del sistema-vida. Los tsunamis y los
huracanes son pequeñas anticipaciones. La biodiversidad podrá en gran
parte desaparecer, como en las conocidas 15 grandes destrucciones
sufridas antaño por la Tierra. Muchos humanos también perecerán y se
salvarán apenas retazos de nuestra civilización.
Jared Diamond, conocido especialista en biología evolutiva y biogeografía de la Universidad de California, en su libro Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen
(Debate 2006) mostró como ese colapso ocurrió en la Isla de Pascua, en
la cultura maya y en Groenlandia del Norte. ¿No sería una miniatura de
lo que podría ocurrir con la Tierra, una Isla de Pascua ampliada? ¿Quién
nos garantiza que eso no será posible?
Hay flechas en nuestros caminos que apuntan en esa
dirección. Y nosotros, divirtiéndonos, riendo despreocupadamente,
jugando en las bolsas especulativas, como en la fábula de Kierkegaard:
un teatro está en llamas, el payaso pide a gritos a los espectadores que
vengan a apagarlo, pero nadie acude pues todos creen que es parte de la
obra. El teatro se quema, consumiendo el auditorio, los espectadores y
los alrededores. Noé fue el único que leyó las señales de los tiempos:
construyó un arca salvadora, garantizándola para él, su familia y
representantes de la biodiversidad.
Pero entre Noé y nosotros hay una diferencia: ahora
no disponemos de un Arca que salve a algunos y deje perecer a los demás.
Esta vez o nos salvamos todos o perecemos todos. Con razón nos convoca
en su parte final la Carta de la Tierra:
“Como nunca antes en la historia, el destino común nos convoca a buscar un nuevo comienzo”.
Obsérvese que no se habla de reformas, mejoras, recortes, regulaciones, sino “de un nuevo comienzo”.
No es que tales iniciativas no tengan sentido, pero serán siempre más
de lo mismo e intrasistémicas. No resuelven el problema-raíz: el sistema
que debe ser cambiado, solo retrasan la solución. El sistema se
encuentra corroído por dentro y se ha transformado en una amenaza para
la vida y el futuro de la Tierra. De él no podrá venir vida nueva que
incluya a todos y salve nuestro ensayo civilizatorio.
Esto supone reconocer que los valores y los
principios, las instituciones y los organismos, los hábitos y los modos
de producir y consumir ya no nos aseguran un futuro discernible. Un “nuevo comienzo” implica inventar una nueva Tierra y forjar un nuevo estilo de “bien vivir” y “bien convivir”, produciendo lo suficiente y lo decente para todos, sin olvidar a la comunidad de vida y a nuestros hijos y nietos.
Los ejes articuladores ya no serán la economía, el
mercado, el sistema bancario ni la globalización, sino la vida, la
humanidad y la Tierra, considerada como Gaia, superorganismo vivo del
cual nosotros somos su porción consciente e inteligente. Todos los demás
subsistemas han de servir a este gran sistema uno y diverso en el cual
todos serán interdependientes, construyendo juntos un destino común,
también con la Madre Tierra.
La situación de la Tierra y de la humanidad es
comparable a un avión en la pista de despegue. Comienza a correr. Todo
piloto sabe que llega un momento crítico en el que el avión debe
despegar, pues en caso contrario se estrellará al final de la pista. No
son pocos, como Mijaíl Gorbachev, Martin Rees, James Lovelock, Edward
Wilson, y Albert Jacquard entre otros, los que nos advierten: hemos
pasado el punto crítico y no levantamos vuelo. ¿Hacia dónde vamos?
Como la evolución no es continua sino que da saltos,
nunca perdemos la esperanza, antes bien la cultivamos, de un salto
cuántico que nos salve con una nueva mente y un nuevo corazón y, por
eso, con un destino prometedor para 2013.
Leonardo Boff
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