Proyectos de "Misión" Juventud Carmelita Ecuatoriana

Con la finalidad de realizar proyectos de solidaridad, acogida y fraternidad con comunidades que lo necesiten, los jovenes que conformamos el JUCAE, queremos compartir con ustedes estas iniciativas y proponerles se nos una como colaboradores.

martes, 3 de mayo de 2011

Carta a los Obispos

ASAMBLEA DIOCESANA DE LA IGLESIA DE SAN MIGUEL DE SUCUMBÍOS
En vigilia permanente desde el 07 de enero del 2011

Nueva Loja, 30 de Abril del 2011


Monseñor



Presente.-
“El Pueblo de Dios se construye como una comunión de Iglesias particulares, y, a través de ellas, como un intercambio entre las culturas. En este marco, los obispos y las Iglesias locales expresan su solicitud por todas las iglesias, especialmente por las más cercanas,… (Aparecida, 182)

“Los obispos, además del servicio a la comunión que prestan en sus Iglesias particulares, ejercen este oficio junto con las otras iglesias diocesanas. De este modo, realizan y manifiestan el vínculo de comunión que las une entre sí.” (Aparecida, 181).

Paz y bien, hermano Obispo:
Quienes hacemos la Asamblea Diocesana del Vicariato Apostólico de San Miguel de Sucumbíos, decidimos escribirte en el vínculo de comunión que nos une como Pueblo de Dios.
Te escribimos porque suponemos que la Asamblea de la Conferencia Episcopal a realizarse en los días venideros se pronunciará respecto a los diversos conflictos que hay en la Iglesia Ecuatoriana y algo dirá respecto a la situación del Vicariato de San Miguel de Sucumbíos. Por ello, queremos que tengas presente las razones que nos llevaron a tomar la decisión el 7 de enero pasado de que el Administrador Apostólico, P. Rafael Ibarguren Schindler y los Heraldos del Evangelio se vayan de la provincia de Sucumbíos, decisión que sigue firme y afianzada en el seguimiento a la situación.
Debes saber que, a su llegada, hicimos esfuerzos por sobreponernos a la indignación que nos causó el trato descomedido para con Mons. Gonzalo López Marañón, quien realizó una inmensa labor entre nosotros. Hicimos también esfuerzos para sobreponernos al impacto que nos produjo las maneras de los recién llegados, acostumbrados como estamos al trabajo en comunidad, con sencillez y humildad, cercano a los más necesitados y ajeno a la ostentación y las pompas. Y, en espíritu fraterno, procuramos acercarnos, darles la bienvenida, acogerles y ayudarles a estar entre nosotros. Con este espíritu fraterno, se impulsó la Asamblea Extraordinaria del 20 de noviembre de 2010, que tuvo que suspenderse a medias por la dificultad del Administrador para quedarse hasta el final, acordando entre todos/as reanudarla el día 10 de diciembre, a la cual no asistió sin dar ninguna razón.
Nos dimos cuenta que no estaban interesados en ser acogidos, ni ser informados sobre nuestra Iglesia de Sucumbíos y menos ser guiados por nosotros ni nosotras en su acercamiento a nuestras comunidades. Con evasivas, nos eludían y posponían las reuniones. Poco a poco, al observar sus acciones, fuimos comprendiendo que “venían a organizar de manera diferente todo el trabajo pastoral”, como lo dice la carta del Cardenal Iván Díaz dirigida a Mons. Gonzalo López, y que, a su entender, “la manera diferente” era hacernos a un lado por completo, desmantelar el tejido de nuestra comunidad cristiana, haciendo de menos y dividiendo a nuestros hermanos y hermanas Ministerios que prestan servicios en las comunidades que “caminan con los dos pies”: pastoral de evangelización y pastoral social, desarmando la economía de comunión que nos sostiene, y, sobre todo, “la manera diferente” es atender “otras apetencias” de la población a la que le interesa comprar servicios religiosos sin esforzarse en ser buenos/as cristianos/as, cómodos con mantener y reproducir viejas creencias, moralismos hipócritas y rituales bonitos pero vacíos del compromiso cristiano.
Al comprender esto, tozudamente, volvimos a pedirles que estuvieran en la Asamblea Diocesana Extraordinaria que propusimos para el 7 de enero del 2011.
No asistieron a esta nueva invitación. Encima de no hacerlo, cerraron las puertas de la casa diocesana, y, por su pedido, un piquete de policías se hizo presente “para impedir desmanes”. ¿Cómo pudo el Administrador Apostólico tratarnos así? ¿Cómo pudo acudir, sin más, a la fuerza represiva? ¿Cómo un pastor puede eludir el diálogo? ¿Cómo puede desconocer la existencia y el valor de la Asamblea Diocesana, el Consejo Diocesano de Pastoral y la Planificación Pastoral?
Comprendimos entonces que no hay posibilidad de diálogo con el Administrador ni con los Heraldos del Evangelio ni hay futuro para la Iglesia de Sucumbíos con su presencia. Nos dimos cuenta que con esas maneras fomentarán el odio y la violencia social en una zona sensible del Ecuador, fronteriza, con enormes retos para alcanzar la justicia y la equidad económica, social, política, cultural y enormes dificultades ocasionadas por el narcotráfico, el tráfico de armas, la guerra que afecta al hermano país de Colombia, la migración forzada… A medida que fuimos abriendo los ojos, dimensionamos lo que implica su presencia como retroceso en los procesos de convivencia pacífica y tejido social fuerte en la diversidad, alcanzados con el trabajo pastoral desarrollado con este modelo de Iglesia incluyente, que ha favorecido diálogo, tolerancia, protección a la población propia y refugiada, y surgió de lo más profundo en nosotros y nosotras, la convicción de que no podemos permitir que se queden en Sucumbíos porque son heraldos de muerte, no de vida, heraldos de pasado, no de futuro.
Con el devenir de los días, uno tras otro, los hechos confirman y reconfirman la validez de esta decisión y nos impelen a continuar con las acciones legales y de paz activa que sean necesarias para concretarla.
Las acciones progresivas de los Heraldos del Evangelio son la mejor prueba de que no estamos equivocados. Dividieron a nuestra Iglesia en bandos, una Iglesia que ha lidiado con las diferencias fraternalmente y en comunidad. Buscaron el respaldo de sectores con fortunas de dudoso origen e influencia en grupos políticos. Dejan hacer y soliviantan a quienes nos difaman, calumnian, agreden, amenazan, hostigan, desafían. Ellos mismos alimentan nuestra resistencia a su presencia: adoptan medidas repudiables en contra de nuestros hermanos y hermanas, a quienes los y las descalifican y separan, los y las despiden de las instituciones y espacios del Vicariato, cortan los fondos para cursos y talleres, la manutención del Seminario Diocesano, la manutención y movilización de los curas diocesanos y de los/as misioneros/as, violentando elementales derechos humanos, derechos laborales y derechos ciudadanos.
Las acciones de los Heraldos no auguran días de paz para Sucumbíos, por el contrario, son y serán causa de división y peleas en nuestra Iglesia y en la sociedad sucumbiense, que también ha tomado posición, ha advertido a las autoridades civiles del riesgo que representan para la seguridad del Estado, les ha pedido que los saquen y está vigilante. Por eso, permanecemos en vigilia, pidiendo al Señor que nos ayude a discernir y a mantenernos en el camino con su ejemplo, en medio de las provocaciones, las injusticias, las mentiras y los atropellos.
Resta hablar de la herida que se ha abierto en nosotros con la Iglesia del Ecuador. Con enorme tristeza, asentamos que la Conferencia Episcopal aún después de escucharnos las dos comisiones destacadas, no se ha pronunciado sobre lo que sucede en nuestra Iglesia, ni ante el hecho que el Administrador Apostólico y los Heraldos del Evangelio no les interesa conocer ni aplicar el nuevo Plan Global de la Iglesia Ecuatoriana, ni que sepamos, la Conferencia Episcopal ha tenido una muestra tan siquiera pequeña de reconocimiento y gratitud con Mons. Gonzalo López Marañón. Además, algunas autoridades locales han adoptado la actitud del vecino que no quiere tener problemas, otras parecen temer ser vistas en nuestra compañía, otras minimizan y distorsionan los hechos y nuestra posición tratándonos como “un grupúsculo desobediente debido a un conflicto entre heraldos y carmelitas”, desenfocando el problema y mal informando a la ciudadanía. También la mayoría de los medios de comunicación tanto nacionales como locales han sido sensacionalistas y promotores de la división, multiplicando la desinformación.
Nosotros/as siempre hemos estado en comunión con la Iglesia. Hemos asumido el “aggiornamiento” al que nos invitó el Concilio Vaticano II. Hemos querido ser fieles a las Conferencias Episcopales Latinoamericanas, en espíritu abierto a las angustias y sufrimientos del Pueblo de Dios, en comunión para crecer, no para ser sometidos, no para ser irrespetados.
Hermano Obispo, decimos todo esto para que actúes conforme a tu conciencia, por encima de cualquier otra consideración. Sabemos en carne propia que hacerlo es duro y difícil pero, ¿acaso no es ésta la enseñanza más liberadora de Jesús?
Con nuestro abrazo de Pascuas, tus hermanos y hermanas en Cristo,

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